La política es conjuntiva, no disyuntiva
Nietzsche, un personaje, su pensamiento es actualidad, “filósofo de la sospecha”, cuando desarrolla su idea de la “moral del rencor” nos anticipa cuando las masas, hoy público, codifican una imagen falseada de la realidad; los odios y resentimientos hacen su labor; el filósofo no imaginó la época de la velocidad de la luz con la que se transmiten datos e imágenes. Al interpretar sus textos filológicos podemos llegar a una convicción, ese rencor irracional es una manera de venganza contra las personas libres, emprendedoras, sobre la dignidad profesional.
La ciudadanía tiene la obligación moral, ética, histórica, de reaccionar, la autenticidad de la vida colectiva gira en torno a la política, ésta valora la experiencia y la sabiduría, las capacidades y las virtudes. Odiar el conocimiento es odiar al “homo sapiens”. El Estado se conformó con luchas, diálogos, debates, revoluciones, encuentros y desencuentros en todas las etapas de la humanidad. La teoría y las razones de Estado son construcciones colectivas, de ninguna manera son improvisaciones con el colorido de ocurrencias, “no hay expertos” es la negación de la dignidad del pensamiento de la humanidad. Es preciso atender el tránsito de la ignorancia a la duda razonada, que ésta exploración humanice las pasiones, las pulsiones, que amortigüe esos odios cotidianos, esos rencores discursivos, que las venganzas no lleguen al campo de juego de la política, de las campañas políticas. Para ello, “los expertos” desarrollan el Derecho Electoral para enfrentar la idea y el deseo de venganza.
En la escena hay odios artificiales, engendrados de “mala leche”, desde los discursos en los medios de comunicación, desde las redes sociales; nichos tecnológicos que han, vergonzosamente, puesto en la piel ciudadana una epidemia de rencor y venganza hacia el adversario político, cuyo “crimen” son sus ideas políticas, en las campañas se polarizarán si seguimos este lúdico juego de “posverdad”. Ya padecimos comportamientos furiosos por imponer razones personales o de lo partido en una suerte de analfabetismo funcional que explica la política mediante la gramática de la guerra y no del debate. El juego de “o están conmigo o están contra de mí” es una perversidad de culpable minoridad, de incapacidad de hacer valer entendimientos; “las estrategias del ganar-ganar” se convirtió en una industria política de muy cara factura.
Las luchas libertarias han sido subsumidas, el movimiento estudiantil de 1968 culminó con una actitud de los ahora viejos participantes en una renuncia a la demanda del “concretito”, a voltearle la espalda al encuentro civilizado de las posiciones, al elogio chapucero de la contabilidad de las votaciones…, “el 68” contiene valores de superación de una generación con talento, crisol de las tolerancias, impulsores de una convivencia solidaria y un gran etcétera, lamentablemente borrado de la pizarra de los comportamientos. Pensar como Carlos Marx para vivir como los Carlos, Slim o Trouyet, es divisa de la renuncia a ese tierno movimiento. Son los surcos en los que siembran rencor los asesores del odio y la venganza sociales por vía de la política.
Los buenos o los malos, los pobres o los ricos, los sabios o los ignorantes…, son conectores inapropiados de la política. La política utiliza con pasión el conector “y” (copulativo), la política conjunta y armoniza los que piensan como yo Y los que no piensan como yo, pero no estigmatiza a nadie. Sin duda, el disyuntivo es un coto de percepciones pírricas del sentido de la política, más cercanos a dictadores. El juego de “los enemigos” tiene una vieja explicación pedagógica de enseñar mediante la ponderación de lo contrario, ser víctima ha sido siempre bien remunerado, pero es eso simplemente un engaño con la verdad y la extorsión de los sentimientos, el secuestro de la voluntad y la subsunción del poder ciudadano.
Un palpable ejemplo de odio y violencia: a los políticos lo que menos les interesa es la gobernabilidad presente y futura de nuestra Patria, no se trata de confrontación de ideologías caducas y anémicas, ¡por supuesto que no!, lo grave es la venganza que demanda “el corazón partido” del discurso político: una “polis” rota, difícil de pegar o reconstruir en la kermesse del fanatismo y la intolerancia. No hemos creado la pedagogía del siglo XXI, este es déficit y asignatura, la ruptura discursiva, sus fragmentos, se manifiestan intensamente en las redes sociales; pero sin esa pedagogía necesaria las redes logran convertir a la política en una marquesina de agravios, el colectivo que es la víctima, en este caldo de cultivo ha permitido nuevos líderes llenos de mediocridades, demagogos expertos, simplemente veamos a los líderes del mundo. Revisemos los signos, participamos en la vida política como si asistiéramos a un partido de fútbol o como vivimos el estrés que nos genera la competencia olímpica, más claro, la democracia es opacada por la competencia demoscópica. ¿Y la política apa?